Carteles de la campaña «La huelga que queremos» en la central de propaganda
¿Cuál es la huelga que queremos?
”La huelga es necesaria porque golpea al adversario, nos estimula, nos educa, nos guerrea, nos fortalece por el esfuerzo dado y sostenido, nos enseña la práctica de la solidaridad y nos prepara para futuras luchas”. Víctor García, “Antalogía del anarcosindicalismo”, Ediciones Ruta, 1988
La huelga es una herramienta tan vieja como el propio movimiento obrero. A lo largo de la historia, la huelga ha servido para mejorar condiciones laborales y de vida, comenzar insurrecciones y hasta poner en marcha procesos revolucionarios. Ejemplos históricos de la huelga como herramienta fuera del trabajo productivo son la huelga de alquileres de Barcelona al 1922 o la huelga de vientres donde las mujeres se negaban a tener más hijas que eran utilizadas para trabajar y beneficiar a empresarias. No obstante, a día de hoy también hay iniciativas que utilizan la huelga como herramienta de lucha fuera del ámbito laboral, como es el caso de La Vaga de Totes (“La vaga de todas”), que busca reivindicar el trabajo reproductivo o de curas. A pesar de esto, actualmente la huelga en el ámbito del trabajo productivo o remunerado, a día de hoy ha perdido parte de su sentido. Durante los últimos años hemos vivido varias huelgas generales, las cuales se han saldado, en todos los casos, con aplastantes derrotas. No hemos conseguido nuestras reivindicaciones, las cuales eran, en la teoría, la paralización de las medidas de austeridad promocionadas por los diferentes gobiernos en el contexto de la crisis económica. Estas derrotas estaban anunciadas de antemano, pues convocaron huelgas controladas, que el sindicalismo oficial ha intentado manejar, aunque no siempre lo ha conseguido. Se anunció que intentarían frenar al gobierno, pero sólo legitimaron a los interlocutores válidos. Sin embargo, en todas las convocatorias participamos organizaciones y personas que teníamos otro punto de vista sobre la huelga. No queríamos dejar morir la herramienta y tensamos la cuerda hasta donde pudimos, convirtiendo simples jornadas de protesta en verdaderas jornadas de lucha en las calles.
En ese intento de dar sentido a la salida de la clase trabajadora a las calles para impedir el normal desarrollo de los acontecimientos, el Estado ha mostrado su cara menos amable. La represión ha sido finamente calculada. En lugar de alarmar a la población con detenciones masivas, deportaciones o muertos (como se paraban las huelgas en otras épocas), se ha seguido un plan de cirujano, haciendo trabajar a la brigada de inteligencia y deteniendo a quienes consideran cabecillas de los sucesos en la calle. Se trata de procesos largos, en los que se busca por un lado evitar que se organice la respuesta colectiva, desgastando a los grupos de apoyo con el paso del tiempo, y por otro, minar la moral y desactivar a las afectadas. Precisamente esta cuestión nos interesa mucho.
Y es que hay que reconocer que se hace terriblemente difícil ganar una huelga hoy en día, sea del tipo que sea, teniendo en cuenta las limitaciones legales que comporta. La huelga está regulada por la ley, de tal manera que se hace obligatorio avisar con anterioridad de su convocatoria, garantizar el cumplimiento de unos servicios mínimos y respetar lo que se ha dado en llamar el “derecho al trabajo”, que no es otra cosa que permitir a los esquiroles acceder a las empresas. Ya de por sí esta regulación minimiza el daño que podemos causar a las empresas parando su producción. Las huelgas son enfrentamientos de desgaste, nosotras paramos la producción para cortar el flujo de riqueza a los capitalistas, pero de la misma manera dejamos de cobrar el salario que nos permite cubrir nuestras necesidades. En esta situación la regulación de la huelga, al limitar el daño a las empresas, hace que el desgaste sea mayor del lado de los
Pero, ¿debemos dejar de lado esta herramienta, que se ha demostrado efectiva a lo largo del tiempo, porque la legislación nos ponga trabas? ¿Buscaremos ajustarnos a la legalidad o romper con ella? Y a la hora de afrontar la represión, ¿fomentaremos las soluciones individuales o plantearemos el apoyo a las compañeras desde los colectivos implicados? Esta campaña trata en parte de responder a esas preguntas y generar un debate que esté presente en la calle y en el movimiento libertario, que sirva para afrontar con más fuerza si cabe lo que venga en adelante.
Llegados a este punto, las trabajadoras deberíamos hacernos varias preguntas: ¿por qué hemos llegado a esta situación? ¿Qué papel debemos jugar en las futuras huelgas que nos afecten, ya sean generales o de empresa? Y sobre todo, ¿qué tipo de huelga Cada vez se tiende a aumentar la regulación que la afecta, a la vez que se recrudece la represión a las huelguistas. El objetivo del Estado y el Capital es situar las prácticas de acción directa de los trabajadores en la ilegalidad, y convertir la huelga en un instrumento de reivindicación inocuo, una forma de expresar una opinión, pero sin generar pérdidas o daños a las empresas capitalistas.
Frente a esto nosotras reivindicamos el papel genuino de las huelgas, el cual es enemigo de la regulación y las limitaciones legales. Las huelgas se hacen o no en base a la capacidad y fuerza del momento. Con la huelga se busca arrancar algo al enemigo. Se trata de unos eventos difíciles de afrontar, en los que la tensión recorre nuestros cuerpos y las emociones están a flor de piel. Pero también son momentos dulces; nos encontramos con oprimidas con quienes nos reconocemos, nos apoyamos en la lucha y combatimos juntas. Nos hacemos fuertes en colectivo, nos hacemos mucho más fuertes que ellos…pero nos falta un poco más de constancia y convicción.
Ahora bien, mientras no contemos con la fuerza para poder realizar nuestras propias convocatorias de huelga general, con una expectativa de victoria seria, y con un contenido honesto y dirigido hacia la transformación social, nuestro papel no es otro que transformar las llamadas “huelgas generales” en jornadas de lucha especialmente intensas. Debemos desbordar las convocatorias de los sindicatos pactistas, generalizar las acciones de desobediencia y los piquetes, paralizar las ciudades. Debemos conseguir que estas jornadas de lucha sean indeseables para las empresas y para el estado, porque en este factor reside su efectividad.
Y por último, lo que nunca podemos permitir es que se neutralice una herramienta como la huelga. Que se la vacíe de contenido. Que acabe siendo un mero ejercicio de protesta en manos de sindicatos domesticados al frente de un movimiento obrero rendido y derrotado. La huelga es la vida de este movimiento, es la esperanza de cambio. Es la manifestación más clara de la lucha de clases y es por ello que debe generar respeto y admiración para las trabajadoras, y debe hacer temblar de miedo a los capitalistas.